EL ARTESANO - © Raúl Lelli
Don Catralca era de origen rumano, o de por ahí. Su hablar era dificultoso, complejo y encima su voz ronca lo ponía siempre del lado del silencio. Por las mañanas solía ir hasta la costa del inmenso río Paraná, tiraba las líneas y con siete u ocho piezas ya estaba. Tenía para sus gatos que eran siete, para su familia que eran cinco y los demás los vendía o los daba, según el hambre y el bolsillo del cliente de turno. Casi siempre lo acompañaba su nieto Tomás; un pibe de ocho años pícaro y rápido como un flecha de plata y ya comenzaba a pescar a la par y hasta a veces lo superaba. El tiempo se fue llevando sus arrugas hasta que un día le llevó la vida y el gurí tuvo que comenzar a pescar solo, pero cada vez que lo hacía, su abuelo se le aparecía con una imagen lavada, transparente del mismo color del cielo y charlaban. Tenían esos encuentros que se debían y en esos espacios su abuelo le contó tantas historias como para hacer una enciclopedia. Su padre era artesano y se las ingeniaba para hacer cosas variadas con cualquier elemento natural, hacía cestas de mimbre y otros enseres, ceniceros y mates, puñales y facones y sus manos eran un vergel de crear bellezas. Tomás también había heredado el arte de su padre y siempre por la mañana iba a pescar dedicando la jornada a los quehaceres de la creación artística. Como la vida suele ser cruel, su padre un día murió y debió hacerse cargo del hogar, de su madre y sus hermanos y como no le tenía miedo a nada puso un comedor para turistas y como gancho un cartel que decía: “Especialidad de la Casa Sanguches de Oreja de Elefantes” A decir verdad nunca nadie pidió esa especialidad, pero tampoco puede negarse que era un anzuelo espectacular para conseguir clientes, pero un día como todos, una mozuela muy curqueta y atrevida le pidió un sándwich de oreja de elefante. Ni lerdo ni perezoso le dijo: - vea señorita aunque usted no lo crea, no le voy a poder dar con el gusto - ¡ya me parecía dijo la jóven ya muy altanera! Y agregó: - ¡esto es un engaño comercial y lo voy a denunciar! Poniéndose en una situación de sumisión respndió: - Bueno señorita, si lo que usted desea es eso, hágalo, pero por las orejas de elefante no hay problema, sólo que el panadero no me trajo el pan y mi viejita está amasando todavía debajo del perejil.
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